jueves, 11 de agosto de 2011

Ordenando el estante

No es que no tenga nada que decir, es que no quiero decir nada de lo que tengo. Estoy asustada. Aterrada sería la palabra precisa. No he determinado exactamente qué es lo que provoca este miedo, pero reconozco que tiene algo que ver con el extravío. Me he perdido. Y escribirlo resulta dos veces terrible. Realicé un viaje para encontrarme y fue algo excepcional. Conocí lugares maravillosos y mis ojos se llenaron de imágenes surreales. Incluso afirmo abiertamente que deseo regresar allá. Mas aunque fue genial, no me encontré. Sigo perdida y es aún peor. El peligro no descansa. Porque pronto terminará esta ilusión de tiempo en blanco y acudirán mis ocupaciones habituales y me sentiré angustiada porque el tiempo correrá entre actividades rutinarias que me esquilman la alegría. Los paréntesis me dan alivio. Esos pequeños espacios en que corto realidades y creo minificciones que luego olvido. No me desvive un recuerdo ni un futuro, sino los instantáneos presentes. Puede ser un viaje, un libro, una pintura, un vino, una plaza, una nube, una persona. La felicidad debe ser eso. El instante. Luego corro en sentido contrario porque el instante es un ser breve. En la huida, me he perdido en una plaza. Frente a una catedral. Mis pensamientos se agolpan y suenan como cofres de pecanas. Es mi poca coherencia. En el estante donde ordeno los libros que ordenan el sistemático girar de mi universo ya no cabe nada. Pero sigo comprando libros. Es una manía extraña. Nunca leeré muchos de los libros que he comprado. Me has descubierto. Pero es una bonita ilusión creer que sí lo haré y que luego podré contarte una historia ajena para que me escuches atento mientras urdo el tejido tosco de mis palabras. Contarte una historia es lo mejor que tengo. Por eso amo tanto mi estante. Porque es un mar y cada libro un pez lenguado sabroso. Mi vanidad me lleva a creer que nadie podría contarte mejor que yo la historia que elijo para ti. Que reinvento. Es en ese espacio en el que no soy extranjera, ni señora, solo cómica y puedo reír despreocupada. Cierro un libro y estoy nuevamente perdida y temo que tú no creas ya mis historias y me lamento tanto. Estoy asustada. Aterrada sería la palabra precisa. No he determinado exactamente qué es lo que provoca este miedo, pero reconozco que tiene algo que ver con el extravío. Me he perdido. Y escribirlo resulta dos veces terrible.