sábado, 10 de marzo de 2012

La inmortalidad de la osa

Ella era una osa grande, despreocupada y cuasifeliz. Nunca nada malo le había acontecido y ella deducía que eso era un privilegio. Durante una tarde soleada, en la que el astro rey calentaba agradablemente sin sofocar, lo natural era echarse a dormir. Y así lo hizo la osa. Apenas conciliaba el sueño, cuando de pronto sintió unas agujas atravezándole la piel, agujas que no se detuvieron sino hasta hacer contacto con sus huesos. Fue un dolor tremendo. Su grito retumbó en todo el bosque. Cuando pudo reaccionar para ver qué sucedía, encontró a una serpiente que se desperezaba al lado de la herida que ocasionó.

La osa enfurecida reclamó "¿Qué daño yo te he hecho?". La serpiente sin perder la calma replicó "si te diese un motivo, ¿te dolería menos?". La osa pudo en ese instante descuartizar a la atrevida de un solo garrazo, pero dudó, y respondió con vergüenza "si una explicación tuviese, me sentiría mejor". La serpiente no perdió un minuto más y rearmó su discurso. "Se dice que a ti nunca nada malo te ha pasado. Por eso vine a verte. Deberías estarme agradecida" La osa no entendió. La serpiente le explicó entonces de los riesgos que tiene la vida. "Estamos rodeados, no hay escapatoria", dijo, mientras lanzaba una mirada de desconfianza sobre el verde pasto y los altos ramales. Como la osa seguía sin entender, la serpiente intentó ser más explicativa: "La muerte si no te acaricia, te abraza un buen día y ya no te suelta. Y, tal vez, no debería decírtelo, pero si no venía hoy a morderte, mañana hubieses sido asesinada por un cazador. Es un hecho. La lechuza me lo dijo". Para la osa fue el fin de la inocencia. “La vida es terrible”, pensó. Como si la serpiente adivinace, asintió con voz firme "sí, lo es", y se marchó lentamente.

La osa aún adormecida en sus pensamientos reaccionó cuando la sierpe estaba ya algo lejos. Gritó: "¿Te vas tan pronto? Tengo más preguntas, ¿qué haré cuando esto cicatrice?, ¿cada cuanto tiempo debo exponerme a tus colmillos?, ¿debería devolver el favor?" Y quiso seguir preguntando, pero era innecesario. La rastrera no respondió a nada. La osa tuvo que construir un armatoste de suposiciones.

Es sabido que cada año la osa se expone lo suficiente como para engañar a la fortuna y a la pálida. Porque se sabe mortal, y ha aprendido a estarse muy atenta. Vive cada accidente como un obsequio, y cuando nada malo le sucede durante mucho tiempo, se angustia. Para sus mayores sustos, busca los colmillos de alguna sierpe amiga; cuando no encuentra a ninguna, la osa adopta medidas prácticas, se lanza desde algún barranco. Aunque a veces termina muy adolorida de estas experiencias, la osa sonríe y confía en tener una larga, larga, larga vida.

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