domingo, 25 de marzo de 2012
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Piso 1.
Creo que era mediodía. Aun estaba en primer año de carrera y acababa de salir de una clase de lengua. Bajé por la escalera que está juntó a la biblioteca y me sentía tranquila. Debía de ser medio día. Estaba distraída y casi me tropiezo con un invidente. Le dije “disculpa, no te vi”. Me respondió “yo tampoco” y sonrió. Me desarmó con su respuesta y guardé silencio. Su sonrisa no hería; por el contrario era de aquellas que te invitan a seguir la charla. Pero no sabía qué decir y parecía que algo debía de decirle. “¿Necesitas ayuda en algo?”. Guardó su sonrisa y pareció recordar. “Sí, busco al profesor Chiri. Podrías llevarme a donde él esté. Sé que hoy dicta aquí”.
Era mediodía y tenía tiempo y casi atropello a ese buen hombre y necesitaba mi ayuda. “Vamos, creo que sé donde está”, le dije y le tomé del brazo. Mientras caminábamos rumbo al aula 3A, me preguntó qué estudiaba. “Literatura”. Y nuevamente sonrió. “Debe ser muy bonito estudiar literatura”. Quise decirle que aún no lo sabía pues estaba en primera año de carrera. Pero dije “sí, sí”. Y él agregó, “No importa si aún no sabes que harás con tu vida. Podrás hacer lo que quieras”. Me sentí nuevamente desarmada y solo dije “Gracias”. El camino hasta el 3A empezaba a parecerme largo. “Sabes, los invidentes solemos desarrollar cualidades alternas. Yo sé leer las manos”. Qué decir. “Ahhh qué bueno”. Él no me contaba esto por contármelo, él quería leer mi mano. Como parecía que yo no le había entendido fue más directo. “Dame tu mano y te diré qué hay para ti escrito”. No caminé más rápido pero mis pasos hacía el 3A se hicieron más largos.
“¿No quieres saber?” Entonces tuve que explicarle de mi miedo a los sicólogos y a los astrólogos, y que con el presente yo estaba bastante bien. “Por favor, dame tu mano, quiero ayudarte” insistió. Yo cedí. Con el índice siguió la línea más larga, el anular fue para la entrecortada y el del medio se quedó con la línea más breve. Después siguió recorriendo lentamente mi palma como si reconociese hasta las líneas más menudas. Las expresiones de su rostro variaban entre la alegría y la consternación. Terminó la revisión y el veredicto no tenía rostro. “Ahora debes preguntarme”. Recuperé mi mano. “Estamos en el 3A” le dije, “y el profesor Chiri ya me vio y le he hecho señas para que se acerque. Te dejo”. Se veía sorprendido “¿pero no quieres saber?”. No era necesario responder a eso. Solté su brazo y me fui corriendo. Y corrí muy rápido hasta la biblioteca central. Pedí un libro de cuentos medievales e intenté olvidar, pero era tarde, mi tranquilidad se había perdido. Quise regresar a la facultad y decirle que sea lo que sea que él leyese pues que por favor lo olvidase, pero ya no caminé de retorno.
Desde ese día perdí la tranquilidad, por un inofensivo invidente con artilugios de visionario… Mi presente se alteró y hasta hoy me alcanza su “¿pero no quieres saber?”. Desde ese día vivo leyendo lo que los libros quieren contarme y a nada los obligo, vivo leyendo con cierto revanchismo y procuro no volver a ser leída aunque me desarmen con una sonrisa. Mis líneas, la larga difusa la entrecortada y la breve, son dibujos voluntariamente sin visión.
Piso 12. Que tenga buen día.
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