sábado, 2 de marzo de 2013

El cántaro sabe cuando anochece

Apenas media tarde, mas en su habitación ya todo era penumbras. Difícil saber si está dormido o despierto. Ella retorna cada prenda al armario. Han discutido y, como en otras ocasiones, él ha amenazado con irse. Ella lo detuvo, como anteriores veces, cuando dejó vacío el último cajón. Es una escena aprendida. Él aquieta su ánimo y se entrega a la silla frente a la cama. Una vez sentado, ella procede a deshacer la maleta, sin prisa y, en los últimos años, con bastante práctica. Al terminar, ella se acerca a él, lo toma de las manos y la paz se restablece. Esa es la escena inacabada.

Cuando discuten suele estar iluminado y ambos pueden verse. Sin hablar, perdonarse. Ahora es de noche y la ausencia de luz les da de punzadas. Esta vez, la escena se desdibuja. Es una escena desgastada. ¿Cómo han podido interpretarla tanto tiempo y no notarlo? De pronto, ella recuerda un refrán. Algo de un cántaro roto y una fuente. Esfuerza la vista para observar dentro de la maleta y el fondo azul le hace ver mucha agua. Aunque donde él estaba sentado las sombras eran mucho más negras, en aquel instante ella adivinó su rostro de cansancio, su expresión de hastío.

Quedaban dentro de la maleta un par de medias. Las dejó ahí. Buscó prenda por prenda lo que minutos antes había colocado en el armario. Recogió todo lo que él había elegido y en el orden que él había dispuesto. Cerró la maleta, se acercó a él y la dejó a sus pies.

Él tenía ojos cerrados, pero estaba despierto, esperando. La escena terminaba.

La noche se hizo más oscura.


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