jueves, 1 de noviembre de 2012
Mancini juega a ganador, pero pierde
Entro a la sala y encuentro a Z. Ha vuelto a perder. Sonríe y dice "es tu culpa". Como se quedó sin qué jugar, acepta mi invitación y vamos por un trago. Pasamos junto a una vieja que lleva anteojos oscuros, tiene muchas monedas sobre la mesa y parece que sabe pócker. "Si me prestas algo, le gano y nos dividimos la ganancia". No respondo y él no insiste.
Él pide una cerveza negra y yo, un vodka. Escucho una historia que ya conozco. Hoy estuvo por ganar. Lo sentía en los dedos. Hasta escuchó el fondo musical de la pantera rosa, lo que siempre le resuena en la mente cuando tendrá su momento. Alguna mujer seguro estuvo deseándole algo malo. "¿No has sido tú? Es tu culpa". Me mira y espera respuesta.
Estoy aquí por un consejo. Es una persona demasiado obsesionada con el juego, pero da los mejores consejos que hasta hoy he escuchado. Tiene criterio para saber qué deben hacer otros. Con su persona se permite ciertas vicisitudes. Sobre los otros, no juzga a la ligera, medita antes de emitir su opinión y dictaminar veredictos. "Ángeles en el cielo. Demonios en la tierra. Bajo ciertas reglas, hay equilibrio". Lo escucho atentamente. Lúcido, sosegado, irremediablemente racional e, inclusive, puro. Es mi buda en un casino.
"Nadie puede dar lo que no tiene. Será mejor que lo olvides. Lárgate. Déjale la casa, los muebles, el teléfono, el perro y hasta las plantas. Empieza de nuevo y no le debas nada. Guárdate para ti la calma y la libertad". Toma despacio su cerveza y mira mis zapatos. "Será mejor que dejes de caminar inclinándote a la derecha, te harás daño a la columna". Escuchamos a Michael Jackson cantando Beat it y él mueve suavemente los hombros a compás del ritmo.
Cuando termina su cerveza, me mira con sorna. "Aun me queda una ficha, verás que ahora gano". Vamos hacia la ruleta. Escoge un número, espera impaciente mientras el círcolo gira, masculla un "vamos, vamos". Y pierde. No se sorprende, se aprieta las manos y sus labios hacen un gesto de ni modo, ya pues, perdí. Sabe ser lo que es. Perdió, mas la posibilidad de ganar sigue ahí. Le ofrezco otra cerveza.
Se hace tarde y ya no tenemos nada por hablar. Me pongo de pie y lo dejo sentado en la barra, aprieta inquieto las manos al rededor de su vaso. Antes de irme, le dejo dinero en el bolsillo. No es necesario que me lo pida y él lo sabe. Le dejo lo suficiente como para que esa noche cene y se alquile un cuarto. No me mira ni me dice palabra. Está distraído igual que cuando le resuena en la cabeza la melodía de la pantera rosa.
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