Éramos apenas unos críos cuando nos dijeron que o nos entregábamos en serio o éramos tan solo simples parásitos que estábamos escondiéndonos en los libros para evitar la realidad. Ser estudiantes de literatura no era evadirse, era confrontarse. Ese día nos confrontaron. Si estás aquí, será bajo tu responsabilidad. No terminaran todos. Cada curso será un tamiz cada vez más delgado hasta filtrar fino fino y librarnos de la materia burda.
Eso fue el segundo año de carrera, que fue como el primero pues llevamos los cursos de la especialidad. El discurso bofetada fue en teoría literaria I, con el profesor Huamán. Que en esas épocas era una vaca sagrada en la facultad. Nos trataba como si fuéramos unos pelmazos, difícil esperar un poco de aliento. Estábamos pasando ya por el tamiz. Casi dejo la carrera por ese curso. Fue horrendo. Le tuve tanto miedo a ese individuo que yo leía en la entrada de la facu Facultad de letras y ciencias huamanas. Estaba tamizando fino y yo me sentía materia burda.
A punta de temor, creó en nosotros su propio mito. Él era Zeus y cuando tenía un mal día el cielo se oscurecía y tronaba. Pude haberlo odiado, estuve cerca, pero no lo hice. Aprendí algo de él. La literatura era algo que él no podría explicarnos porque le sobrepasaba, porque nos sobrepasaba. Lo que íbamos a aprender ahí no era la literatura, era crítica literaria. Estábamos ahí para aprender a ser críticos implacables con los textos que leíamos, con los autores a los que leíamos, con lo que nosotros escribiamos y con lo que nosotros éramos. Estábamos ahí para aprender el arte de la destrucción. La literatura vendría después.
Esencial, aprender a escribir. El arte de expresar tus ideas y persuadir a quien te lee. No nos iba a enseñar una técnica. No. Solo iba a decirnos mira lo fácil que me sale a mí, intenta tú. Y en el camino darse topes contras las propias debilidades y limitaciones. Sentirse pútrido y querer mandar todo al diablo. Tamizando fino fino. Nuevamente, mira lo fácil que me sale a mí, intenta tú. Muy cerca a la frustración, entender que la técnica que no nos iba a enseñar, él no podría enseñárnosla porque no había una receta. Era ensayo y error. Era darse de topes hasta hacer brincar los sesos y reordenar nuestro pensamiento. Ensayar uno, dos, tres, mil veces hasta que el que nos leyese sienta que cada palabra se dice con naturalidad, se desliza suavemente, hasta que el que nos leyese no sospechase que hubieron muchos intentos previos, mucho dolor de por medio antes de que la palabra fluyese.
Es el inicio del verano del 2013, pronto se cumplirán diez años de esta vida y como hasta hoy nunca creo haberme sentido más dichosa. He sido consciente en esos diez años que vivía en una habitación de palabras y he podido redecorarla infinidad de veces, bajar uno que otro muro y abrir o cerrar puertas y ventanas. Zeus es ahora un recuerdo que aprecio porque tamizándome dejé parte de mí en el filtro, dejé aquello que no me sería útil. Modelé mi voz para poder escucharme y que otro la escuchase. Aprendí a confrontarme contra ideas ajenas y propias no por vanidad o capricho sino porque estamos buscando respuestas. Aprendí el arte de la destrucción y puedo ejercerlo contra los demás y contra mí cuando me plazca si es necesario. Ahora es innecesario. Porque la literatura llegó. Ahora es tiempo de construir.