El cónclave se concentraba en la elección del nuevo sumo pontífice, se transpiraba nerviosismo. Un pensamiento rebelado en voz “por favor no a mí”, el segundo pensamiento rebelado en voz “por favor Dios mío, no a mí”, y luego fueron tres, cuatro, cinco… todo el conclave zumbaba en estos pensamientos. Cuando empezó a contarse los votos, los hombres de Dios que llevaban las simpatías de los electores parecían quebrarse uno a uno. Salió el elegido, y a este se le oscureció el entendimiento. Todos los demás celebraban porque ya había uno y no eran ellos. Aunque la elección estaba hecha, quedaba la diplomática pregunta: ¿acepta usted ser el nuevo líder mundial de la comunidad católica? Todos los reunidos vitoreaban al elegido adicionando de esta forma la presión necesaria para que él dijese tímidamente “sí”. Y habemus Papa. Tenía que dar el balconazo para que toda la comunidad que se apostaba en las afueras lo viese y alimentase su fe. Lo vistieron, los de confianza le dieron unas palmaditas en la espalda, la mayoría se acuclilló ante él, y luego todos se asomaron a los ventanales para saludar a los fieles. Solo faltaba que saliese él. Fue cuestión de segundos, un vahído y luego un grito. Clásico ataque de pánico. Y “no quiero”, “no puedo”, “no lo haré”… Y a correr. Los fieles se quedaron esperando que apareciese su nuevo pastor. Ninguno de los religiosos pudo explicarles que el elegido tenía miedo.

Me encantaría seguir contándote. Hay escenas memorables. Por ejemplo cuando aparece el sicoanalista! El hombre es un capo, aunque sea sicoanalista. O cuando este - secuestrado en la sede papal para que no comente el conflicto interno que vivía la iglesia pues había que evitar el escándalo - en estado extremo de aburrimiento, organiza un campeonato deportivo en el vaticano! O cuando el elegido va al teatro… Sí, quisiera seguir contando lo que vi, pero si te cuento, ya no la verías. Y yo quiero que la veas. Aunque me la ofrecieron como comedia, y no lo es, me encantó verla. La disfruté mucho, más de lo que pudo haber resultado si se hubiese tratado de una comedia. Si quieres ver una comedia, puedes verla por partes, claro, tiene sus momentos graciosísimos (lo del campeonato es fenomenal); pero al final no te irás con el desenlace redondo, con la sonrisa en la cartera. Es mejor que eso. La película te invita a entender una crisis, personal (la del elegido) y social (un grupo de religiosos confundidos y los fieles católicos desilusionados).
Porque solemos esperar grandes hechos, grandes personajes, grandes historias… ¿Pero y si solo somos seres humanos? No hago una apología de la cobardía. La película no se trata de eso, y tampoco es mi naturaleza la medianía. Es el hecho de que no compro tan fácil el discurso del superhéroe. Prefiero ser humana, muy humana, como ese elegido que salió a buscarse por medio Roma, aún con todos sus años de vida. Si fuese necesario, viviría tanto como él. Porque tendríamos que vivir más para cuestionarnos cuanto sea necesario, para decir que no cuando es no, para correr en sentido contrario cuando el miedo muerde y no se puede más. Porque cuando no puede enfrentarse una situación, no se tiene porqué hacerlo bajo una idea macabra de principio superior. Porque debiese ser simple reconocer que nadie puede dar lo que no tiene, y asumirlo sin culpa es mejor que el heroísmo.
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