domingo, 19 de febrero de 2012

Las uvas de Watzlawick

Aquella mañana en la que la zorra no pudo alcanzar las uvas, afirmó con frío resentimiento que estas estaban verdes. Y se fue. Pero la zorra no se sentía cómoda con solo decir al aire "están verdes". No era suficiente. Enrumbó al pueblo y en el camino empezó a correr la voz “¿sabías que las uvas de esa vid están verdes?, son ácidas; he escuchado que son de mala semilla”. Prestaron atención las golondrinas, los puercoespin y las ardillas. Llegada al pueblo, fueron las gallinas las mayores responsables de la difusión. Pronto lo supieron las vacas, los patos, y los burros. Tiempo mínimo transcurrió para que fuera de dominio público. Aquellos días no había ocurrido nada importante, en realidad pocas veces tenían algo sobresaliente de que hablar; así la inmadurez de las uvas le vino en gracia a todos.

Las uvas fueron las últimas en enterarse de que eran tan célebres. Pero se enteraron. Primero rieron alegres y se sacudieron despreocupadas. ¿Por qué habría de preocuparles lo que pensasen? Por el contrario, estarían seguras, nadie osaría comerlas. No sospechaban mayor problema.

El rumor crecía y los curiosos no resistieron acercarse. Los primeros fueron unos tres zorrillos quienes las vieron de lejos, dudaron inicialmente si eran ellas, pero eran las únicas así que tenían que ser ellas. Y asintieron con engolada voz: "sí, sí, están muy verdes" y se fueron satisfechos de sí mismos. Un siguiente grupo, un par de lechuzas, con una vista de soslayo y mucho desprecio dijeron "qué verde tan desagradable" y volaron sin más. Y finalmente vino un grupo de pequeños conejos que empezaron a saltar alrededor y cantaban "verde que te quiero verde" y reían estrepitosamente. Los días pasaron y las visitas aumentaron.

Al terminar una semana, las uvas experimentaron preocupación. En particular, se desató una autoevaluación. ¿Efectivamente estaban verdes? Ellas se sentían en la plenitud de su vida, listas para sonreir a la fatalidad de ser consumidas. ¿Verdes? Ya no era solo una resentida zorra la que hablaba. Si todos las veían verdes, ¿era posible que todos se equivocasen?, ¿podía ser esto resultado de una confusión?, ¿de una mala información?, ¿todo era producto de un discurso manipulado?¿es real la realidad?... Oh, las uvas tuvieron una larga noche esa noche que dudaron de sí mismas y de lo que las rodeaba.

Apenas clareaba el día y la crisis terminó. Las uvas optaron por salirse del mundo de manera rápida. Una a una se desprendieron de la vid y fueron a estrellarse contra el suelo. El jugo guinda se impregnó en la tierra.

La zorra casualmente pasaba por el lugar y vio los restos de lo que en algún momento le apeteció. Se detuvo un minuto, sonrío amablemente y murmuró "lo sabía, eran verdes".

martes, 14 de febrero de 2012

Marguerite, Marguerite, Marguerite...



Algunas mañanas despierto con el último sueño en fresco y puedo contárselo a mi hermana para que se sorprenda, se ría o me regañe. En otras ocasiones, no hay vestigios del sueño último, no recuerdo nada de nada. Esos días pienso que no he soñado. Pero a canje amanezco con el nombre de un libro, y lo pronuncio antes de decir buenos días. Hoy fue "El amante" de Duras. Ese libro fue un gran descubrimiento para mí. Deben ser aproximadamente hace seis años cuando lo leí, tiempo en el que estudiaba francés, y la biblioteca de la Alianza Francesa estaba a mi disposición... Seis años no es mucho tiempo, pero he olvidado algunas cosas, más de aquella lectura algunos apuntes hice en su momento y estos son:

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Hoy acabé de leer "El amante" de Marguerite Duras. Nunca había leido algo de ella, a pesar de que había escuchado citar su nombre varias veces. Casi a todo autor que escucho citar procedo a realizar una exhaustiva investigación al respecto. De ella nunca me había ocupado. Encontrar un libro suyo y disponerme a leerlo fue casualidad, y reconozco que hubo un margen de morbo por el título que no dice mucho pero lo dice todo.

Ya lo leí y las impresiones que me ha dejado aún están muy frescas, vivísimas. Puedo sentir la agitada respiración del sucio amante chino. Y concluyo que quiero uno así; pero antes debo encontrar un sombrero de varón, de anchas alas y de color rosa. Por supuesto, nuestra felicidad será efímera, la sociedad y los prejuicios se interpondrán. Pero como si se tratase de una maldición, muchos años después de la separación temprana, después de nuestras bodas, hijos, divorcios, viajes, libros y terapias, cuando él me llame y me diga que aún me ama, no dudaré en exigirle que no demore más y que inmediatamente venga a buscarme.

Sí. Esa fue mi primera impresión al terminar de leer el libro. Minutos después, respirando profundo y con calma, puedo decir que es un libro donde la pasión es impresionante. No solo por el tema, el tópico resulta porque la manera en que Duras lo narra es magistral. Al leerlo no lees sobre una pasión, te consumes en esa pasión. Y está la protagonista, que en ningún momento es dramática, pero conmueve profundamente, aun cuando se muestra indolente. Porque siente de una manera extraordinaria, siente más de lo que le está permitido sentir y demostrar. Es imposible repocharle su dureza, su falta de piedad. Porque siente. Siente a pesar del infeliz de su hermano mayor que no hace más que atormentar a su familia. Siente a pesar de su madre que ya no logra planificar para sus hijos más que mendrugos y miseria. Siente a pesar de un hermanito que es frágil y suave como una nube y al que protege de toda sombra. La protagonista gana la simpatía del lector y este, aunque no compartiese sus principios, no puede juzgarla. ¿Qué se podría juzgar? ¿Que viva como puede? ¿Que se vista de forma particular? ¿Que haga oidos sordos ante la necedad? ¿Que se deje hacer por una ilusión? Su aparente locura se alza como lo más razonable en el mundo posible de la novela.

Un narrador omnisciente y un narrador protagonista que se turnan. Me gusta cuando la protagonista cuenta su historia. Eso ayuda a sentir simpatía hacía ella, su visión se hace compartida. Somos cómplices de su affaire con el hombre de Cholen. Los que juzgan son los otros, su madre, su hermano; pero aprovechan económicamente el hecho del cual mal hablan. Ella no se preocupa. Solo tiene ansias de vivir, con curiosidad y ambición de ser distinta, ni bonita, ni fea, solo distinta. La descripción de su primera relación sexual raya en la ternura y en tal naturalidad que así debiese ser la primera vez de cualquiera, una sensación de "mar, informe, simplemente incomparable".

La novela teje fragmentos pequeños que a veces juegan al caos y a estar desconectados, cuando en realidad cada uno es preciso y precioso. El lector tendrá que concentrarse más para entender. A mi parecer el fragmentarismo le sirve a su narración de dos maneras: primero, nos permite percibir la realidad mal cocida y superpuesta que le rodea, tal cual, desencajada y despanzurrada, incluida su familia; segundo esta narración fragmentaria es la representación de lo que la protagonista concibe dentro de sí y como suyo, pedacitos de vida y de muerte...

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Y eso es todo, no seguí escribiendo más sobre "El amante" y lo que me dejó al terminar de leerlo. Tal vez porque tenía que hacer una monografía para la universidad o por algún examen, o las dos cosas. Espero que haya sido por algo más interesante que ambas opciones. No sé. Lo que sé es que desperté hoy invocándote Marguerite, como si de algún ritual se tratase. De ser así, y algún poder oscuro me haya heredado mi dulce madre, deseo que exista un más allá, donde sin lugar a dudas te buscase el sucio amante chino y que cada noche escuches infinitamente el sonido del mar.