Silvina Bulrrich dice que enamorarse es como entregar todos nuestros bienes a alguien sin pedirle ningún comprobante o seguro. He pensando en ello y creo que estoy de acuerdo. Entiendo ahora que al acabarse el amor nos queda esta sensación de haber sido estafados y quisiésemos reclamar a algún alguien por una indemnización.
jueves, 30 de agosto de 2012
Explicación 0
Silvina Bulrrich dice que enamorarse es como entregar todos nuestros bienes a alguien sin pedirle ningún comprobante o seguro. He pensando en ello y creo que estoy de acuerdo. Entiendo ahora que al acabarse el amor nos queda esta sensación de haber sido estafados y quisiésemos reclamar a algún alguien por una indemnización.
sábado, 25 de agosto de 2012
lunes, 20 de agosto de 2012
El hilo de Ariadna
Han pasado muchas noches y el valor se mantiene
esquivo, pero ya no hay aplazamiento. Tiene que ser hoy. Abre la puerta y
camina lentamente hacia el interior. Se deja envolver por un ritmo ajeno a él, es
la atmosfera del laberinto. Se aferra a la espada consagrada para el ritual.
Confía en que el acero recuerde la práctica que ha ayudado a consumar. Que
evoque la experiencia de la sangre caliente, fresca, suave, deslizándose sobre
sí. Desde la muerte del primer minotauro, desde ese entonces y para siempre.
Camina a tientas pero en cada paso se convence.
Dejará conocer el entrenamiento al que estuvo sometido. Alejado de tu familia, en
permanente lucha bajo las órdenes que se te indicasen y las condiciones de
padecimiento que se te impusiesen. Algunos días, cuando no cazabas tu propio
alimento, sin comer o tomando el agua podrida que brotaba de la tierra grisácea.
El frío podía ser cruel mas resultaban peores los días con sol en que sus heridas
parecían cocinarse. Pudo perder la cordura si es que no recordaba que él era único,
que él había sido elegido. Que, vida tras vida, él tenía un sentido de ser. No
había cuestionamiento. Una especie condenada a morir. Otra especie que organiza
su sociedad en respeto a sus tradiciones. Un río que confluye con otro y se lo
traga. Sino.
Parece que el laberinto se acaba y ¿dónde está?
Se ha ocultado, piensa. Y el rostro
se compone en un cuadro de satisfacción. Ahora ya está convencido. Solo resta
encontrarlo. Que ambos se encuentren. Queda el final de una esquina. Camina
decidido, la ley y la fuerza lo respaldan. Imagina cómo debe acertar el primer corte,
y si ha de ser necesario un segundo. El minotauro sabe a qué vienes y que el
resultado solo puede ser uno. El instante apenas y te distraes. ¿Qué ocurre después de
que el minotauro muere?, ¿no recuerdas? Tal vez sea la propia libertad al
cumplir con el único deber. Y se descuida. Cae contra el suelo. Un golpe en la
nuca.
La mujer de ese laberinto. No hay minotauro
esta vez. Solo una frágil mujer que rodea tu cuerpo con finos hilos, uno tras
otro. Como una araña a una mosca que podría ser el quíntuple de su tamaño; pero
con menos apuro, casi con parsimonia. Como si te hablase con cada fibra y
contase una historia antigua que solo ella conoce en extraña lengua, repitiendo
hasta que entiendas. Rodea tu cuerpo con finos hilos, uno tras otro, uno sobre
otro.
La piedra con la que te ha golpeado descansa
ensangrentada cerca tuyo. Era una piedra pequeña y ella, una mujer menuda. ¿Cómo
ha pasado? Ella te sigue envolviendo, apretando los hilos cada vez más, cortándote
la piel, apretando los hilos cada vez más, paralizando tu circulación, apretando
los hilos cada vez más, dificultándote el respirar.
Antes de irse, Ariadna te ve desorientado, se
compadece y explica:
Aunque algo tarde,
pero se ha cumplido. Tu muerte era mi destino.
domingo, 12 de agosto de 2012
Definición de TOC
Voy al locker, pongo el bolso dentro. Cierro la puerta, coloco el candado, aseguro el candado. Pero mis ojos debieron distraerse en algún momento, pues a solo 5 minutos lejos del casillero, regreso a él y al candado. El candado está cerrado, pero lo jaloneo para que mis ojos re-vean con atención que ese candado está colocado bien.¿Ya pasó lo peor? No. En clase de pilates, a diez minutos de que esta ha empezado, mi mente proyecta que ese locker está abierto. Otra vez. Y además, se suma un nuevo pensamiento: ¿qué hay en mi bolso?, ¿qué podría perder? Nada relevante era el contenido. Pero me gusta ese bolso. Angustia. Cuando Carlos está diciendo que respiremos profundamente y controlemos nuestros movimientos, yo estoy pensando en un candado abierto. No, no he consultado aún en un diccionario qué significa Transtorno Obsesivo Compulsivo, pero creo tener una idea aproximada.
viernes, 10 de agosto de 2012
El timbre
- ¡Auxilio! ¡Socorro! - Gritó
Ambas hermanas asomaron por la ventana. Auxilio estaba molesta, Socorro le sonreía con complicidad.
- ¡Ya te he dicho que toques el timbre! - dijo Auxilio, mientras lo hacía pasar a la casa - Incomodas a los vecinos, ¿qué no te das cuenta de lo que provocas cuando nos llamas por nuestros nombres en voz alta?
- Anda, ¿no me digas que no te parece divertido? - dijo José
A Auxilio no le parecía divertido. Nunca le pareció divertido. En 25 años de existencia, 20 con mayor conciencia de su nombre, no le encontró el encanto. Guardaba cierto odio a sus padres y a su hermana por ese nombre. A sus padres, por la ocurrencia de llamar a sus dos hijas mellizas con tales nombres. A su hermana, por llamarse "Socorro". Era menos grave que ser "Auxilio". Es más común encontrar "Socorro", esa palabra, como nombre de mujer, pero ¿Auxilio?
- No, no me parece divertido. Además tú sabes que este barrio es peligroso. Y es de noche. Alguno de los vecinos ya debe de haber llamado a la policía.
Él la miró feliz de ser y le dio un beso en la mejilla. Quería a Auxilio como se quiere a un día de sol ligero y verde viento. Le hacía cosquillas el pecho cuando la veía y le brotaba la sonrisa. Le gustaba decir su nombre en voz bajita y en voz alta. Jugaba a repetirlo dos veces. La primera para evocarla. La segunda para que Auxilio le auxiliase.
- Oye y ¿no trajiste la torta? - preguntó Socorro.
Era el cumpleaños de las mellizas. Y José quedó en traerles dos tortas. Una para cada hermana. Solo trajo una.
- Te olvidaste que también es mi cumpleaños - insistió Socorro e hizo un mohín de desolación
Socorro estaba enamorada de José. Y esperaba que un día José se desenamorese de su hermana y se enamorase de ella. No podía ser tan difícil. Si el amor va y viene, se decía. Y esperaba paciente su turno. El reclamo que hacía ahora no era tan real, solo quería que José le prestase atención.
- No me he olvidado. Es solo que no habían más tortas. Quedaba una en la panadería y la traje. Pero ahora voy a otra panadería y traigo la que falta. No te me entristezcas niña.
Socorro recibió contenta el pedacito de engreimiento y abrazó a su hermana, diciéndole que tenía mucha suerte. José salió raudamente y prometió que al volver sí tocaría el timbre.
- Es tu cumpleaños y yo soy tu incondicional. Será tu voluntad - E hizo una reverencia. Se veía encantador, espigado y de rasgos de niño. Su anatomía era adecuada a su carácter. Sonrió a ambas hermanas, hizo un guiño a Auxilio y se fue.
Auxilio a veces quería deshacerse de él y para siempre. Por sus bromas, su espíritu de niño, su tendencia peterpanesca. Pero a veces se dejaba querer por ese cariño lúdico y sonreía de las bromas de José. Solo esperaba que de verdad esta vez tocase el timbre.
En la calle, José estaba por cruzar una esquina rumbo al paradero, rumbo a la panadería menos lejana, cuando pasó un tipo corpulento corriendo. Fue el encuentro de dos cuerpos. José cayó de golpe contra la acera. El otro tipo cayó encima. El choque fue muy fuerte. El tipo corpulento estaba corriendo muy rápido cuando choco con él. El primero en levantarse fue el tipo.
- Eres un idiota. Qué no te fijas. Imbécil - dijo el tipo.
- Era una esquina. Tú tampoco te fijas - respondió José, tratando de incorporarse
- Valiente eres, hombrecito. A los pedacito de persona como tú, les queda mejor quedarse calladitos.
José no era ningún pedacito de persona. Aunque no fuese muy alto ni corpulento, se sentía persona completa y una torta podía esperar un intercambio de palabras...
- No me callo nada. No sé a qué especie pertenecerás tú, pero seguro que cuando hablan no terminan de articular una idea. Sería mejor que sigas corriendo, que en ello te entiendes.
El primer golpe fue exacto. José sintió como se desencajó su quijada. Mucha sangre. Tal vez se desprendió un diente. Lo que era seguro es que había mordido su lengua. El segundo golpe fue al estómago. Si hubiese almorzado, habría vomitado. Vino un tercer, cuarto y quinto golpe. Nuevamente el rostro, el rostro y el estómago. José no pensó que ese hombre golpease con tanta certeza. En realidad, lo tasó de torpe, pensó que esos músculos eran imagen. Se equivocó. El tipo se fue porque ya estaba cansado y tenía otras cosas por hacer en casa.
José no había perdido la conciencia. Solo estaba muy golpeado y no lograba ponerse de pie. Intentó reírse pues se dio cuenta de que los hombrecitos como él sobreviven mejor cuando se quedan callados, a veces. Y aunque con la boca no podía armar una sonrisa, dentro suyo se reía a carcajadas. Pensó en que estaba cerca a la casa de las hermanas y quiso gritar sus nombres. Llamarlas a ambas. Esta vez sí ameritaba. Pero había prometido que tocaría el timbre. Hoy. Solo esta vez. Además no podía hablar, menos gritar. Le habría venido muy bien tener un timbre a la mano. Estaba muy adolorido.
Era verano y la acera donde estaba tendido se le hizo cómoda. No estaba tan fría como podría creerse. Decidió dormir hasta que alguien le encontrase y le brindase ayuda. Algún buen samaritano tal vez. Tenía una sonrisa mental y el sueño le iba seduciendo. Qué par de nombres el de esas hermanas. Lástima que no hubiese llegado a conocer a los padres, les habría felicitado. "Me podrían brindar Auxilio", les habría dicho e imaginaba que los padres reirían. Con ese par de nombres para sus hijas, debían de seguro entenderle el chiste.
El sueño se instaló y él tuvo una nueva sonrisa mental última. En la mañana le diría a las hermanas, que la idea del timbre era muy buena, pero que debían de instalar uno más cerca, en cada esquina tal vez, o a los pies de un tipo robusto.
Sueño.
Ambas hermanas asomaron por la ventana. Auxilio estaba molesta, Socorro le sonreía con complicidad.
- ¡Ya te he dicho que toques el timbre! - dijo Auxilio, mientras lo hacía pasar a la casa - Incomodas a los vecinos, ¿qué no te das cuenta de lo que provocas cuando nos llamas por nuestros nombres en voz alta?
- Anda, ¿no me digas que no te parece divertido? - dijo José
A Auxilio no le parecía divertido. Nunca le pareció divertido. En 25 años de existencia, 20 con mayor conciencia de su nombre, no le encontró el encanto. Guardaba cierto odio a sus padres y a su hermana por ese nombre. A sus padres, por la ocurrencia de llamar a sus dos hijas mellizas con tales nombres. A su hermana, por llamarse "Socorro". Era menos grave que ser "Auxilio". Es más común encontrar "Socorro", esa palabra, como nombre de mujer, pero ¿Auxilio?
- No, no me parece divertido. Además tú sabes que este barrio es peligroso. Y es de noche. Alguno de los vecinos ya debe de haber llamado a la policía.
Él la miró feliz de ser y le dio un beso en la mejilla. Quería a Auxilio como se quiere a un día de sol ligero y verde viento. Le hacía cosquillas el pecho cuando la veía y le brotaba la sonrisa. Le gustaba decir su nombre en voz bajita y en voz alta. Jugaba a repetirlo dos veces. La primera para evocarla. La segunda para que Auxilio le auxiliase.
- Oye y ¿no trajiste la torta? - preguntó Socorro.
Era el cumpleaños de las mellizas. Y José quedó en traerles dos tortas. Una para cada hermana. Solo trajo una.
- Te olvidaste que también es mi cumpleaños - insistió Socorro e hizo un mohín de desolación
Socorro estaba enamorada de José. Y esperaba que un día José se desenamorese de su hermana y se enamorase de ella. No podía ser tan difícil. Si el amor va y viene, se decía. Y esperaba paciente su turno. El reclamo que hacía ahora no era tan real, solo quería que José le prestase atención.
- No me he olvidado. Es solo que no habían más tortas. Quedaba una en la panadería y la traje. Pero ahora voy a otra panadería y traigo la que falta. No te me entristezcas niña.
Socorro recibió contenta el pedacito de engreimiento y abrazó a su hermana, diciéndole que tenía mucha suerte. José salió raudamente y prometió que al volver sí tocaría el timbre.
- Es tu cumpleaños y yo soy tu incondicional. Será tu voluntad - E hizo una reverencia. Se veía encantador, espigado y de rasgos de niño. Su anatomía era adecuada a su carácter. Sonrió a ambas hermanas, hizo un guiño a Auxilio y se fue.
Auxilio a veces quería deshacerse de él y para siempre. Por sus bromas, su espíritu de niño, su tendencia peterpanesca. Pero a veces se dejaba querer por ese cariño lúdico y sonreía de las bromas de José. Solo esperaba que de verdad esta vez tocase el timbre.
En la calle, José estaba por cruzar una esquina rumbo al paradero, rumbo a la panadería menos lejana, cuando pasó un tipo corpulento corriendo. Fue el encuentro de dos cuerpos. José cayó de golpe contra la acera. El otro tipo cayó encima. El choque fue muy fuerte. El tipo corpulento estaba corriendo muy rápido cuando choco con él. El primero en levantarse fue el tipo.
- Eres un idiota. Qué no te fijas. Imbécil - dijo el tipo.
- Era una esquina. Tú tampoco te fijas - respondió José, tratando de incorporarse
- Valiente eres, hombrecito. A los pedacito de persona como tú, les queda mejor quedarse calladitos.
José no era ningún pedacito de persona. Aunque no fuese muy alto ni corpulento, se sentía persona completa y una torta podía esperar un intercambio de palabras...
- No me callo nada. No sé a qué especie pertenecerás tú, pero seguro que cuando hablan no terminan de articular una idea. Sería mejor que sigas corriendo, que en ello te entiendes.
El primer golpe fue exacto. José sintió como se desencajó su quijada. Mucha sangre. Tal vez se desprendió un diente. Lo que era seguro es que había mordido su lengua. El segundo golpe fue al estómago. Si hubiese almorzado, habría vomitado. Vino un tercer, cuarto y quinto golpe. Nuevamente el rostro, el rostro y el estómago. José no pensó que ese hombre golpease con tanta certeza. En realidad, lo tasó de torpe, pensó que esos músculos eran imagen. Se equivocó. El tipo se fue porque ya estaba cansado y tenía otras cosas por hacer en casa.
José no había perdido la conciencia. Solo estaba muy golpeado y no lograba ponerse de pie. Intentó reírse pues se dio cuenta de que los hombrecitos como él sobreviven mejor cuando se quedan callados, a veces. Y aunque con la boca no podía armar una sonrisa, dentro suyo se reía a carcajadas. Pensó en que estaba cerca a la casa de las hermanas y quiso gritar sus nombres. Llamarlas a ambas. Esta vez sí ameritaba. Pero había prometido que tocaría el timbre. Hoy. Solo esta vez. Además no podía hablar, menos gritar. Le habría venido muy bien tener un timbre a la mano. Estaba muy adolorido.
Era verano y la acera donde estaba tendido se le hizo cómoda. No estaba tan fría como podría creerse. Decidió dormir hasta que alguien le encontrase y le brindase ayuda. Algún buen samaritano tal vez. Tenía una sonrisa mental y el sueño le iba seduciendo. Qué par de nombres el de esas hermanas. Lástima que no hubiese llegado a conocer a los padres, les habría felicitado. "Me podrían brindar Auxilio", les habría dicho e imaginaba que los padres reirían. Con ese par de nombres para sus hijas, debían de seguro entenderle el chiste.
El sueño se instaló y él tuvo una nueva sonrisa mental última. En la mañana le diría a las hermanas, que la idea del timbre era muy buena, pero que debían de instalar uno más cerca, en cada esquina tal vez, o a los pies de un tipo robusto.
Sueño.
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