lunes, 20 de agosto de 2012

El hilo de Ariadna


Han pasado muchas noches y el valor se mantiene esquivo, pero ya no hay aplazamiento. Tiene que ser hoy. Abre la puerta y camina lentamente hacia el interior. Se deja envolver por un ritmo ajeno a él, es la atmosfera del laberinto. Se aferra a la espada consagrada para el ritual. Confía en que el acero recuerde la práctica que ha ayudado a consumar. Que evoque la experiencia de la sangre caliente, fresca, suave, deslizándose sobre sí. Desde la muerte del primer minotauro, desde ese entonces y para siempre.

Camina a tientas pero en cada paso se convence. Dejará conocer el entrenamiento al que estuvo sometido. Alejado de tu familia, en permanente lucha bajo las órdenes que se te indicasen y las condiciones de padecimiento que se te impusiesen. Algunos días, cuando no cazabas tu propio alimento, sin comer o tomando el agua podrida que brotaba de la tierra grisácea. El frío podía ser cruel mas resultaban peores los días con sol en que sus heridas parecían cocinarse. Pudo perder la cordura si es que no recordaba que él era único, que él había sido elegido. Que, vida tras vida, él tenía un sentido de ser. No había cuestionamiento. Una especie condenada a morir. Otra especie que organiza su sociedad en respeto a sus tradiciones. Un río que confluye con otro y se lo traga. Sino.  




Parece que el laberinto se acaba y ¿dónde está? Se ha ocultado, piensa. Y el rostro se compone en un cuadro de satisfacción. Ahora ya está convencido. Solo resta encontrarlo. Que ambos se encuentren. Queda el final de una esquina. Camina decidido, la ley y la fuerza lo respaldan. Imagina cómo debe acertar el primer corte, y si ha de ser necesario un segundo. El minotauro sabe a qué vienes y que el resultado solo puede ser uno. El instante apenas y te distraes. ¿Qué ocurre después de que el minotauro muere?, ¿no recuerdas? Tal vez sea la propia libertad al cumplir con el único deber. Y se descuida. Cae contra el suelo. Un golpe en la nuca.

La mujer de ese laberinto. No hay minotauro esta vez. Solo una frágil mujer que rodea tu cuerpo con finos hilos, uno tras otro. Como una araña a una mosca que podría ser el quíntuple de su tamaño; pero con menos apuro, casi con parsimonia. Como si te hablase con cada fibra y contase una historia antigua que solo ella conoce en extraña lengua, repitiendo hasta que entiendas. Rodea tu cuerpo con finos hilos, uno tras otro, uno sobre otro.

La piedra con la que te ha golpeado descansa ensangrentada cerca tuyo. Era una piedra pequeña y ella, una mujer menuda. ¿Cómo ha pasado? Ella te sigue envolviendo, apretando los hilos cada vez más, cortándote la piel, apretando los hilos cada vez más, paralizando tu circulación, apretando los hilos cada vez más, dificultándote el respirar.

Antes de irse, Ariadna te ve desorientado, se compadece y explica:

Aunque algo tarde, pero se ha cumplido. Tu muerte era mi destino.


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