domingo, 23 de septiembre de 2012

te pienso, luego existes



Cuando leí por primera vez "Las ruinas circulares" de Borges quedé perpleja. En ese momento me maravilló el poder de la idea, como solo a base de un pensamiento elaborado y sistemático se paría vida.

                                   Imaginando con detenimiento cada hebra del cabello, la textura de la piel, cada tipo de célula según su función y de a pocos obtener con suerte un ojo, un hígado, un corazón. Y, con mucha paciencia, un cuerpo. Luego, seguir imaginándolo porque una vez creado no es posible abandonarle. Había que imaginarle una conciencia,  una serie de deseos y frustraciones, pensarle una historia pasada y un futuro. En otras palabras, hacer de una masa de carne un ser humano. Irremediablemente, quererle. Porque le imaginaste desde que era nada y lo convertiste en algo. Sentir así algo semejante al derecho sobre esa existencia. Posesión. Controlar la propia angustia ante lo que pudiese hacer sin que lo hubieses pensado para él. Porque algunas veces lo que no imaginamos también existe. Y entonces, cuando duerme, relajas el gesto, te sientes grande. Fuera de ti mismo. En movimiento suave sin moverte, como si cantases pero sin emitir sonido. Todo porque has creado una vida. Pequeño demiurgo.

Sí, por eso me gustó tanto ese relato.

Lo que no entendí del todo, en ese momento, fue el final. Cuando te enteras que no eres tan solo un demiurgo eres además el producto de uno.

                                      Alguien te ha imaginado cada hebra del cabello, la textura de tu piel, cada tipo de célula según su función y de a pocos obtuvo tu ojo, tu hígado, tu corazón. Y, con mucha paciencia, tu cuerpo. Luego, siguió imaginándote porque una vez que fuiste creado no era posible abandonarte. Te imaginó una conciencia,  una serie de deseos y frustraciones, te pensó una historia pasada y un futuro. En otras palabras, hizo de ti, masa de carne, un ser humano. Irremediablemente, quererte. Porque te imaginó desde que eras nada y te convirtió en algo. Sintió así algo semejante al derecho sobre tu existencia. Posesión. Controló su propia angustia ante lo que pudieses hacer sin que lo hubiese él pensado para ti. Porque algunas veces lo que no imaginamos también existe. Y entonces, cuando duermes, relaja el gesto, se siente grande. Fuera de si mismo. En movimiento suave sin moverse, como si cantase pero sin emitir sonido. Todo porque ha creado una vida. Pequeño demiurgo.

Y, entonces, ahora que te sabes lo imaginado de un otro, dime, ¿acaso no te provocaría volver a la nada?


sábado, 15 de septiembre de 2012

los juegos de la mente



Cuando la realidad se pone exigente e insiste en hacer de mí un Túpac Amaru moderno, mi mente se rebela contra todo, incluso contra mí. Hace huelgas mediante largas horas de sueño en las que voy volando sobre algún río, cordillera y grandes nubes; en sus versiones más oscuras estamos ante el fin del mundo y veo caer meteoritos sobre el parque que está frente a mi casa. Me gustan esas rebeliones, aunque a veces me asustan, son entretenidas pues resultan cinematográficas y al despertar estoy calmada, todo es bueno, el aire liviano y a través de la ventana de mi cuarto se ve un día soleado aunque haga en realidad mucho frío y esté garuando. Con estas huelgas, mi mente y yo hemos llegado a un grato entendimiento. Con lo que no estamos entendiéndonos es con los olvidos. Lo que puedo haber hecho hace unos pocos días lo recuerdo con dificultad, lo que pasó hace unos meses es más difuso y lo de hace unos años parece que lo vi en una fotografía en blanco y negro y  me es ajeno, como que no me pasó a mí. Los más abruptos vacíos del registro se manifiestan en lo que pude hacer minutos antes de olvidarlo. Ayer buscaba desesperadamente mis pantuflas, las encontré cuando noté que las llevaba puestas. Hoy temprano guardé un cuaderno donde apuntaba las contraseñas de mis archivos en word que dejo encriptados, no logro hallar ahora el cuaderno. Mis lentes están sorteando un destino trágico pues si se me ocurre quitármelos podrían ir a dar a algún lugar oscuro de mi memoria y no volvería a verlos (en todo sentido). En algún momento, puede que me entienda con estos juegos sutiles de mi mente y que resulten graciosos. He pensando en las estrategias de los cartelitos (en alguna parte leí que era útil colocar el nombre de las cosas sobre estas cosas, no vaya a ser que eso también se me olvide). La estrategia ultra subversiva es la que no tolero. Esta es cuando mi mente arrastra sus hilos desde la punta de mi nariz hacia mi dedo pulgar del pie y me quedó desarmada. Se dice somatizar... Pongamos las cosas en claro. No tengo necesidad de pedir ayuda por algo que sé que puedo controlar. Y por lo general, controlo muy poco, pero con controlarme a mí misma me basta y no necesito ayuda externa. Mas si mi mente se empecina en su actitud y no sobrelleva con mayor hidalguía que la realidad es complicada, tal vez, tal vez, tal vez, sí, sea necesario buscar a los hombres de las batas blancas.