sábado, 15 de septiembre de 2012
los juegos de la mente
Cuando la realidad se pone exigente e insiste en hacer de mí un Túpac Amaru moderno, mi mente se rebela contra todo, incluso contra mí. Hace huelgas mediante largas horas de sueño en las que voy volando sobre algún río, cordillera y grandes nubes; en sus versiones más oscuras estamos ante el fin del mundo y veo caer meteoritos sobre el parque que está frente a mi casa. Me gustan esas rebeliones, aunque a veces me asustan, son entretenidas pues resultan cinematográficas y al despertar estoy calmada, todo es bueno, el aire liviano y a través de la ventana de mi cuarto se ve un día soleado aunque haga en realidad mucho frío y esté garuando. Con estas huelgas, mi mente y yo hemos llegado a un grato entendimiento. Con lo que no estamos entendiéndonos es con los olvidos. Lo que puedo haber hecho hace unos pocos días lo recuerdo con dificultad, lo que pasó hace unos meses es más difuso y lo de hace unos años parece que lo vi en una fotografía en blanco y negro y me es ajeno, como que no me pasó a mí. Los más abruptos vacíos del registro se manifiestan en lo que pude hacer minutos antes de olvidarlo. Ayer buscaba desesperadamente mis pantuflas, las encontré cuando noté que las llevaba puestas. Hoy temprano guardé un cuaderno donde apuntaba las contraseñas de mis archivos en word que dejo encriptados, no logro hallar ahora el cuaderno. Mis lentes están sorteando un destino trágico pues si se me ocurre quitármelos podrían ir a dar a algún lugar oscuro de mi memoria y no volvería a verlos (en todo sentido). En algún momento, puede que me entienda con estos juegos sutiles de mi mente y que resulten graciosos. He pensando en las estrategias de los cartelitos (en alguna parte leí que era útil colocar el nombre de las cosas sobre estas cosas, no vaya a ser que eso también se me olvide). La estrategia ultra subversiva es la que no tolero. Esta es cuando mi mente arrastra sus hilos desde la punta de mi nariz hacia mi dedo pulgar del pie y me quedó desarmada. Se dice somatizar... Pongamos las cosas en claro. No tengo necesidad de pedir ayuda por algo que sé que puedo controlar. Y por lo general, controlo muy poco, pero con controlarme a mí misma me basta y no necesito ayuda externa. Mas si mi mente se empecina en su actitud y no sobrelleva con mayor hidalguía que la realidad es complicada, tal vez, tal vez, tal vez, sí, sea necesario buscar a los hombres de las batas blancas.
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