Su cuerpo que ahora es solo una masa informe similar a una alfombra llamó mi atención. Inicialmente imaginé un tapete cruzando la calle, y este artículo se pudo haber llamado: "La alfombra que no llegó a la otra acera". Algo en él me permitió distinguir que se trataba de otra cosa. Aunque la mayor parte de su carne, huesos y piel han terminado adosándose a la pista, unos pequeños montículos sobresalen de su plana dimensión. Son las cuatro pezuñas de ese viandante que dejan así su última huella-rastro.
Intento imaginar cómo murió atropellado, cómo un vehículo no reparó en detenerse cuando sintió el impacto y, sin alterar su ruta, pasó sobre su cuerpo. Después, el pobre animal pudo estar aún con vida, pero inmediatamente debió de venir un bus que repasó sobre él. Ya muerto debió ser cuestión de unas cuantas horas en una autopista de tránsito pesado, y el poco interés de los conductores por un ligero bache en su camino, lo que debió comprender la metamorfosis de su canina forma.
Después de haber imaginado esto, intento olvidarlo pues cierta angustia se encrispa en mi estómago. Los tiesos restos de lo que en vida constituían un perro parecen decirme: yo fui viandante y temo por tu vida.
1 comentario:
me gusto, es muy bueno te felicito de veras sige escribiendo , ya tienes un seguidor de tus articulos ;)
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