sábado, 31 de marzo de 2012

Nota de prensa “El ballet de las ocho patas”

Estoy a pocas horas de ver la función y no sé si podré hablar del tema nuevamente. Soy muy impresionable y sufro de aracnofobia, pero desde que supe de su existencia no he podido desear otra cosa que no sea verlo y, sin saber bajo qué mérito, he sido invitada, privilegio divino. Pocos son los que hayan compartido mi fortuna. Además de ser un evento que se realiza solo cuando una de sus grandes reinas muere, y las grandes reinas tienen fama de ser inmortales hasta que finalmente se mueren, aparte de ello, “el ballet de las ocho patas” es un evento que se realiza a telarañas cerradas.

Cuando el evento se prepara se imponen estrictos estándares de selección para las postulantes arañas bailarinas. Por su parte, la lista de invitados mantiene un detalle semejante para su elaboración, pues no todas las arañas podrían ser parte del público, el anfiteatro no tiene tal capacidad. En lo que respecta a la organización, no se escapa nada al comité, y los que digan que las hormigas son las más laboriosas, no conocen a estas arácnidas en época de ballet.

Si preguntas por el origen, sabrás que ninguna recuerda. Las más pequeñas preguntan a las abuelas y estas responden que sus abuelas tampoco supieron responderles y lo mismo con las abuelas de sus abuelas. Algunos afirman que fue hacia los primeros tiempos cuando la Araña madre extendió coordinadamente más de tres patas por puro placer y siguió repitiendo este ejercicio sumando sus otras patas y se fue formando el ritual. Margareta Ernich, especilista en la conducta de las arañas, me insta a no insistir en el origen puesto que estudiar a la sociedad de las tejedoras requiere observación hacia su presente descartándose el pasado pues ellas no poseen mayor memoria histórica mediante cuestionamiento directo; solo resta esperar mayores avances en el descriframiento de sus telas.

Desde hace diez años, los amantes del ballet han estado esperando secretamente que la muerte acaeciese. A mediados del año pasado, murió una Gran Reina y pasados los seis meses necesarios para los preparativos, la temporada de ballet se percibe en el aire. El anfiteatro se insufla de vida. Los deudos aun lloran a su amada monarca pero les resulta difícil controlar la excitación que les produce saber que pronto verán una función magistral y en palco preferencial (no es un secreto que los deudos más cercanos son los invitados de honor). La expectativa es mucha. Las bailarinas principales son jóvenes talentosas, de una gran dedicación y cuyas historias de entrega a este arte, a pesar de la dificultad, son semejantes a la de Graham o Alonso.

No lo olvido, le temo a las arañas, y puede parecer absurdo que esté esperando ansiosa por ver a 500 de ellas y de diferentes especies en un gran despliegue de escena; pero dime, aunque también les tuvieses miedo, ¿es que acaso tú no quisieras verlas bailar? Y si aceptas que desearías verlas, entenderás también que asesinar a la Gran Reina fue un mal necesario que alguien tenía que obrar. Aun no se ha esclarecido cómo ocurrió su muerte, por otra parte, casi no se lo han preguntado. Quien lo hiciese sabe que ha cometido un crimen despreciable. Matar una Gran Reina es prácticamente un pecado. Pero también sabe que muchos le agradecen secretamente. Una espera de diez años por una muerte natural era demasiado… A mí solo me queda una hora de espera y siento que ya no puedo esperar más.

Para los no invitados resta como consuelo que si las ven detenidamente al elaborar sus telarañas, en sus movimientos de tejedoras se entrevee de a ratos la delicadeza de su arte, pues ellas son muy profesionales y no dudamos que estos movimientos sean ensayo consciente para su siguiente presentación, hasta una próxima y casual muerte.

domingo, 25 de marzo de 2012

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Piso 1.

Creo que era mediodía. Aun estaba en primer año de carrera y acababa de salir de una clase de lengua. Bajé por la escalera que está juntó a la biblioteca y me sentía tranquila. Debía de ser medio día. Estaba distraída y casi me tropiezo con un invidente. Le dije “disculpa, no te vi”. Me respondió “yo tampoco” y sonrió. Me desarmó con su respuesta y guardé silencio. Su sonrisa no hería; por el contrario era de aquellas que te invitan a seguir la charla. Pero no sabía qué decir y parecía que algo debía de decirle. “¿Necesitas ayuda en algo?”. Guardó su sonrisa y pareció recordar. “Sí, busco al profesor Chiri. Podrías llevarme a donde él esté. Sé que hoy dicta aquí”.

Era mediodía y tenía tiempo y casi atropello a ese buen hombre y necesitaba mi ayuda. “Vamos, creo que sé donde está”, le dije y le tomé del brazo. Mientras caminábamos rumbo al aula 3A, me preguntó qué estudiaba. “Literatura”. Y nuevamente sonrió. “Debe ser muy bonito estudiar literatura”. Quise decirle que aún no lo sabía pues estaba en primera año de carrera. Pero dije “sí, sí”. Y él agregó, “No importa si aún no sabes que harás con tu vida. Podrás hacer lo que quieras”. Me sentí nuevamente desarmada y solo dije “Gracias”. El camino hasta el 3A empezaba a parecerme largo. “Sabes, los invidentes solemos desarrollar cualidades alternas. Yo sé leer las manos”. Qué decir. “Ahhh qué bueno”. Él no me contaba esto por contármelo, él quería leer mi mano. Como parecía que yo no le había entendido fue más directo. “Dame tu mano y te diré qué hay para ti escrito”. No caminé más rápido pero mis pasos hacía el 3A se hicieron más largos.

“¿No quieres saber?” Entonces tuve que explicarle de mi miedo a los sicólogos y a los astrólogos, y que con el presente yo estaba bastante bien. “Por favor, dame tu mano, quiero ayudarte” insistió. Yo cedí. Con el índice siguió la línea más larga, el anular fue para la entrecortada y el del medio se quedó con la línea más breve. Después siguió recorriendo lentamente mi palma como si reconociese hasta las líneas más menudas. Las expresiones de su rostro variaban entre la alegría y la consternación. Terminó la revisión y el veredicto no tenía rostro. “Ahora debes preguntarme”. Recuperé mi mano. “Estamos en el 3A” le dije, “y el profesor Chiri ya me vio y le he hecho señas para que se acerque. Te dejo”. Se veía sorprendido “¿pero no quieres saber?”. No era necesario responder a eso. Solté su brazo y me fui corriendo. Y corrí muy rápido hasta la biblioteca central. Pedí un libro de cuentos medievales e intenté olvidar, pero era tarde, mi tranquilidad se había perdido. Quise regresar a la facultad y decirle que sea lo que sea que él leyese pues que por favor lo olvidase, pero ya no caminé de retorno.

Desde ese día perdí la tranquilidad, por un inofensivo invidente con artilugios de visionario… Mi presente se alteró y hasta hoy me alcanza su “¿pero no quieres saber?”. Desde ese día vivo leyendo lo que los libros quieren contarme y a nada los obligo, vivo leyendo con cierto revanchismo y procuro no volver a ser leída aunque me desarmen con una sonrisa. Mis líneas, la larga difusa la entrecortada y la breve, son dibujos voluntariamente sin visión.

Piso 12. Que tenga buen día.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Lo que debió ser una oda

En este agujero ha encajado tu cuerpo
Pero no tu casa, ni tus saltos, ni tu ternura, ni tu alegría
Es un agujero en el que no cabes del todo
Te le escapas
Te le escabulles
Siempre fuiste rauda y aun muerta perduras en tu gracia

Hemos cavado profundo con cierto desnivel
Para que quedes inclinada
Como si agazapada te quedases aguaitando hacia arriba
No como simple curiosa
Sino como Señora de tu reino
Reino que se queda devastado ante tu ausencia
Muy mal se está
Y me resisto
En mi corazón aun estás dando brincos.

Si hubieses sobrevivido te habría compuesto una oda
Ahora no. No hay gloria en un cuerpo muerto.
Lo que queda está en el cuerpo de lo vivos y
Apesta
No es materia para una oda
¿Ves por qué no debías morirte?
Pero ya te quedas allí
cómoda sobre la tierra
Digna y Hermosa
E inoportunamente Muerta
Y exageradamente llorada
Mi Señora Coneja

Debería empezar a llover
Pero la naturaleza no se compadece
No sabe de tus milagros
Advertida he tomado precauciones
He palpado de grano a grano la tierra para contarle de ti
Para que te reciba como debe
No pido mucho
Solo que te guarde mejor yo

Se está muy mal aquí sin ti
Y pienso que la tierra no es suficiente
¿A dónde irá tu alma?
Y me apachurro las manos en señal de oración
Y rezo para que exista un Dios
para que exista un cielo
para que tú existas eternamente en él

A donde sea que finalmente te encuentres
lo pensaré abundante en arverjas y trigo
Y si te conviertes en alguna otra forma viviente
por favor, házmelo saber
Si es como polilla, tuyos son los libros que elijas
y hablo en serio
porque tú sabes que tanto así te quiero.

sábado, 10 de marzo de 2012

La inmortalidad de la osa

Ella era una osa grande, despreocupada y cuasifeliz. Nunca nada malo le había acontecido y ella deducía que eso era un privilegio. Durante una tarde soleada, en la que el astro rey calentaba agradablemente sin sofocar, lo natural era echarse a dormir. Y así lo hizo la osa. Apenas conciliaba el sueño, cuando de pronto sintió unas agujas atravezándole la piel, agujas que no se detuvieron sino hasta hacer contacto con sus huesos. Fue un dolor tremendo. Su grito retumbó en todo el bosque. Cuando pudo reaccionar para ver qué sucedía, encontró a una serpiente que se desperezaba al lado de la herida que ocasionó.

La osa enfurecida reclamó "¿Qué daño yo te he hecho?". La serpiente sin perder la calma replicó "si te diese un motivo, ¿te dolería menos?". La osa pudo en ese instante descuartizar a la atrevida de un solo garrazo, pero dudó, y respondió con vergüenza "si una explicación tuviese, me sentiría mejor". La serpiente no perdió un minuto más y rearmó su discurso. "Se dice que a ti nunca nada malo te ha pasado. Por eso vine a verte. Deberías estarme agradecida" La osa no entendió. La serpiente le explicó entonces de los riesgos que tiene la vida. "Estamos rodeados, no hay escapatoria", dijo, mientras lanzaba una mirada de desconfianza sobre el verde pasto y los altos ramales. Como la osa seguía sin entender, la serpiente intentó ser más explicativa: "La muerte si no te acaricia, te abraza un buen día y ya no te suelta. Y, tal vez, no debería decírtelo, pero si no venía hoy a morderte, mañana hubieses sido asesinada por un cazador. Es un hecho. La lechuza me lo dijo". Para la osa fue el fin de la inocencia. “La vida es terrible”, pensó. Como si la serpiente adivinace, asintió con voz firme "sí, lo es", y se marchó lentamente.

La osa aún adormecida en sus pensamientos reaccionó cuando la sierpe estaba ya algo lejos. Gritó: "¿Te vas tan pronto? Tengo más preguntas, ¿qué haré cuando esto cicatrice?, ¿cada cuanto tiempo debo exponerme a tus colmillos?, ¿debería devolver el favor?" Y quiso seguir preguntando, pero era innecesario. La rastrera no respondió a nada. La osa tuvo que construir un armatoste de suposiciones.

Es sabido que cada año la osa se expone lo suficiente como para engañar a la fortuna y a la pálida. Porque se sabe mortal, y ha aprendido a estarse muy atenta. Vive cada accidente como un obsequio, y cuando nada malo le sucede durante mucho tiempo, se angustia. Para sus mayores sustos, busca los colmillos de alguna sierpe amiga; cuando no encuentra a ninguna, la osa adopta medidas prácticas, se lanza desde algún barranco. Aunque a veces termina muy adolorida de estas experiencias, la osa sonríe y confía en tener una larga, larga, larga vida.