domingo, 30 de mayo de 2010

Amor antialérgico



Una señora pequeñita, casi diminuta, camina entre las callejas de la gris Lima. La calle no es lo suficientemente amplia como para la cantidad de taxis que por ella transitan, pero eso los taxis no parecen saberlo. No lo sabe ni el rojo ni el azul ni el amarillo creo que lo sabe el negro y por eso conduce tan a prisa huyendo y ya se le ve alejándose discurriendo de entre los escarabajos que osen cerrarle el paso. La señora pequeñita camina con pasos pequeñitos. No hay prisa, salió temprano de casa el día de hoy, así que puede caminar dándose el gusto de ir despaaacio y de, por qué no, ver qué se hace en las casas vecinas, en los mostradores de las tiendas, en las entradas de las imprentas donde siempre hay tanto papel.

Pero por qué se ha detenido la señora pequeñita? Por qué ahí, frente a esa imprenta que nunca le llamó la atención? Qué es ese bulto? Ah, la señora, casi diminuta, ha visto sobre una carretilla a un gran perro color caramelo de ojos dulsones, de orejas románticas, de hocico sonriente y de relleno antialérgico. La pequeñita señora no pudo resistirse al encanto de ese tiernísimo impostor de animal. Su menuda mano derecha no logra reprimir el gesto, mucho menos se contienen sus labios y ya están abriendo el estuche de sonrisas para sacar la de eventos “sensibilidad candorosa” y a los pocos segundos tenemos la escena: anciana de 70 años frente a un peluche voluminoso le mira enamorada, peñisca su cachete y le dice monísimo.

Hace mucho que la señora no le dice a nadie que es “monísimo”. Esa era su palabra preferida, pero ya no se la dice a nadie. “No la merecen” pensó una mañana en que quiso ir al parque de las leyendas y nadie quiso acompañarla pretextando lo mismos pretextos cuando ella le pedía a alguien salir a pasear. Ese día, ese día que empezó a sentirse demás, las personas se le hicieron de-a-menos. Así ya nadie mereció su “monísimo” que sonaba en tres golpes de voz cuando lo pronunciaba ella, y es que en su bullente contentura el “si” se consumía en rayuelas de color y la pujante sonrisa incontrolable que impedía el pronunciar mas palabras… Y quien nesecitaba palabras con aquella sonrisa descalabrante?

Fue una buena tarde para el de relleno antialérgico y para aquella que padecía congénitamente de alergias a la decepción… Impostor sin expresión, tu jamás podrás pretextear

miércoles, 12 de mayo de 2010

Cuando Poe me enseñó a leer



Cuando tenía nueve años, en vista que aún no era usual tener más que unos cuantos canales nacionales en TV, recuerdo que solía estar inquieta por hacer algo; a veces miraba por la ventana la cotidianidad de mis vecinos, otras tantas solía dibujar y eso me podía ocupar horas pues ya desde pequeña tenía la manía de ser minuciosa, pero había ocasiones en que ambos recursos se agotaban y empezaba nuevamente a dar vueltas en mi sala. A veces las vueltas eran literalmente girar y girar como un planeta, mientras pasaba la tarde. Sin permiso para salir de casa, pues mis padres siempre han temido lo peor, y para ellos lo peor está en las calles, las tardes después del colegio, después de terminar las tareas, eran largas, y las horas en casa pasaban lentas.

Una de esas tardes, decidí curiosear en el estante de madera en que mi padre guardaba libros y huacos. Ahora que lo recuerdo eran más los huacos que los libros, pero para ese entonces a mí me parecían muchos sus libros y me gustaba leer los títulos. Los libros gordos de contabilidad ocupaban la mayor parte, pero a un costado se encontraban libros de diferente faz. Me llamó la atención un título: Narraciones extraordinarias.

Un par de días después el título no se me había quitado de la cabeza. La palabra "extraordinario" me resultaba atrayente. Me animé a sacar el libro y me encerré en mi habitación. Leí al azar. El primer cuento fue "El corázón delator". Al terminar de leerlo mi cuerpo temblaba. No era miedo, era una intensa alegría. Junto al protagonista, odié inmensamente el ojo nublado de ese viejecito, éxperimenté los escalofrios que este le provocaba, entendí que ese ojo y yo no podiamos seguir coexistiendo, se tenía que tomar medidas radicales, fui perversamente feliz cuando cometimos exitosamente la aniquilación de ese endemoniado ojo, suspiré aliviada cuando escondimos su cuerpo, me sentí nerviosa cuando la policía tocó a la puerta, y empecé a sudar frio cuando en mis oidos empezó a retumbar un sonido hueco como un reloj envuelto en algodón... Fueron tantas emociones juntas y todo en unas cuantas páginas. Mi hermana mayor entró al cuarto y me preguntó qué hacía. No le respondí. No podía soltar el libro. Inmediatemente seguí con "El gato negro", mi cuerpo casi flotaba. Y después "El escarabajo de oro", mis dedos corrían por pasar a la siguiente escena. Y luego "La carta robada", éxtasis. Y ya al borde de la locura, "Asesinatos en la rue Morgue". Fueron esos cinco relatos que el azar fortuna eligió ese día para mí.

Ese puñado de cuentos cambió para siempre mi vida. Si bien así empezó mi insana inclinación al misterio, a la locura y a la muerte; también despertó en mí el deseo de vivir más, de tener más recuerdos, de conocer más lugares, de saltar en el tiempo, de hacer mil y un cosas, de ser en diferentes cuerpos, de vivir muchas vidas pues una me era insuficiente. Descubrí el placer de leer. Aunque desde ese entonces he leido muchas cosas más, y he ampliado vertiginosamente la biblioteca que inició mi padre, Poe siempre ocupará un lugar preferencial, mejor dicho el justo lugar que en ella merece.

domingo, 9 de mayo de 2010

CAUSAS QUE SON PERDIDAS


1.- Lograr sacar las manchas de tinta negra que quedaron en mi blusa blanca.
2.- Entender lo que quiere decir Kant en Crítica de la razón pura.
3.- Mantener mi biblioteca ordenada
4.- Dejar de comprar maniáticamente libros cuando algunos de ellos difícilmente los leeré algún día.
5.- Escuchar con calma a las personas que dicen necedades.
6.- Relacionada a la anterior, no echar a volar a quienes me preguntan qué pienso hacer con mi vida.
7.- No sentirme nerviosa al hablar en público.
8.- Evitar ser alimento de zancudo.
9.- Conseguir hablar inglés sin interrupciones mentales de castellano y francés.
10.- Recordar los rostros y nombres de los conocidos en tercera generación (amigos de mis amigos).
11.- Comer verduras picadas en tamaño extra large.
12.- Dejar de comer chucherías cuando estoy ansiosa.
13.- Compartir mis más oscuros pensamientos con mi sicoanalista. Me da roche.
14.- Bailar coordinadamente, coherentemente y sustancialmente.
15.- Salir de mi cuarto cuando hay visitas, para mí desconocidas, en casa.
16.- Celebrar mi cumpleaños.
17.- Ver el mar sin pensar en la lista de personas a las que lanzaría en él. Es inevitable, por eso el mar me hace sentir tan bien.
18.- No llorar en las escenas melodramáticas de las películas, novelas, series, y dibujitos.
19.- Resistirme a entrar en una galería o museo cuando paso cerca.
20.- Volver a dibujar en mis ratos libres.
21.- Hablar pausadamente cuando estoy acelerada.
22.- Sentirme responsable de que todo tenga que salir bien cuando todo empieza a salir mal.
23.- Negarme a ayudar a mi padre.
24.- Disimular que estoy incómoda cuando estoy incómoda.
25.- Y la top top top: Sobrevivir al día de la madre con éxito. Es decir, yo sin sentimientos de culpa; y ella sin proclamas de que no vale la pena ser madre.

sábado, 1 de mayo de 2010

Ni tan víctimas, ni tan virtuosas



Ellas se sientan juntas, salen al recreo juntas, juegan juntas, van al baño juntas, y los molestan juntas. Ellas son 12 y ellos 2. La diferencia cuantitativa es marcada. Inicialmente, hubo espacio para las contemplaciones. Pero reconocidos a detalle, la cortesía entre desconocidos cedio a la implacable confianza de los que se han medido y pesado y saben cuál es el lugar que ocupan en el mundo. O sabes cuál es o aprendes pronto a que ya te designaron uno. Además, tienen 10 años. Son niños, y los niños pueden ser muy crueles.

B y D, descubrieron pronto que convivir con 12 chicas puede ser dificil. Pueden no golpearte en el recreo, pero sus miradas son capaces de reducirte a la nada; y sus palabras pueden ser tremendamente hirientes... Alguna vez alguien te dijo: "ojalá que te vayas y no vuelvas" y 11 personas más corearon: "sí, que se vaya, que se vaya" mientras te miraban sin verte? Parece simple, pero para hacer daño no es necesaria tanta complejidad.

Ellas acusan a D de ser sucio, y a B de ser tonto. No los invitan a jugar, y en clase si quieren participar en los grupos de trabajo, no los escuchan. B y D, hablan entre sí para corroborar si sus voces las oye alguien.

B y D viven en un mundo que pocos sospechan. Para B y D, el mundo es de las chicas. Ellas colocan las reglas, dirigen los grupos, coordinan los juegos, obtienen las más altas calificaciones, y son las que representan al aula en las actividades generales.

En lo posible, intervengo. Pero las maquiavelicas mentecillas de esas niñas escapan a mi control. En conjunto se las he encargado a la sicóloga; a la par, le he encomenado a B y D, para que no terminen odiando a las mujeres por el resto de sus vidas.

Probablemente es mi debilidad hacia los débiles lo que hace que B y D me parezcan adorables; sobre todo D que cuenta historias muy extrañas sobre muertos vivientes, y que por estas extrañas historias es aún más marginado por las chicas... Esas pequeñas niñas aparentemente indefensas.

Dejo en la arena cualquiera de mis rezagos feministas. No soy de una bando ni del otro. Si, finalmente, basta solo las circunstancias "adecuadas" para comprobar que la mujer puede ser tan abusiva como cualquier hombre; entonces, solo somos circunstancias. Y a veces, pues sí, podemos perfectamente ser malas, muy malas.